18 de marzo de 2008

RESPIRANDO TOKYO POR ULTIMA VEZ

Aclaro: esto va desde Buenos Aires y con mucha nostalgia al haberme ido de un lugar del mundo en el que quedó parte de mí (sí, así estoy, sentimentalísima).
El 14 de marzo, después de un día agotador como había sido el 13, me desperté tipo 10 y me fui a desayunar con Marion a una típica casita japonesa.
Llovía y un aire húmedo me impregnaba los pulmones mientras caminabamos por las pulcras calles japonesas. Así como el american breakfast se caracteriza por los huevos fritos y el bacon, el clásico desayuno japonés se caracteriza por incluir flan… sin caramelo ni dulce de leche, pero flan depsués de todo.
Más tarde volvimos al hostel y mientras ella esperaba que llegara su novio del aeropuerto, yo chequié Internet, ordené el cuarto, me bañé y almorcé fideos con brócoli cocinados per moi.
Tipo 13.30 salimos bajo la lluvia con Sam (Australia) y Adam (Londres) a recorrer uno de los barrios más locos y cool de Tokio: Shinjutu.
Nos tomamos un subte e hicimos combinación con el tren para llegar Harayuku, la estación que da a una de las callecitas más famosas de la zona: Takeshita Street.
Takeshita es un flash. Enormes cantidades de japoneses y extranjeros se funden para darle el color a este bizarro pero encantador lugar. La ropa y accesorios que pueden encontrarse son para todos los estilos: darkies, naives, fashionistas, punks y hippies pueden saciar su hambre de shopping en las incontables tiendas.
Los paraguas, de todos los colores, llenaban de encanto a la transitada peatonal.
A eso de las 4 la lluvia se puso muy muy pesada y, cuando las zapatillas se nos mojaron tanto que ya nos molestaba, nos metimos en un Starbucks donde nos quedamos hablando durante horas. Super interesante: Sam tuvo una novia japonesa durante años y cuando iban a casarse fue a vivir a la casa de ella a un pueblito en el sur de Japón, donde la familia de ella, super conservadora y racista, no lo quiso aceptar como futuro marido de su hija. Tristísimo, paso uno de los peores momentos de su vida, hablando muy poco japonés solo entendía que ellos no querían saber nada de él y que cuando antes se fuera de su casa, mejor. Para colmo, cuando estaba hundido en este drama, una hermana suya tuvo un accidente bastante grave en Australia y el tuvo que volver para ayudarla con la rehabilitación. Finalmente se pelió con su novia, que muchas veces se inclinaba por lo argumentos de su familia y no lo defendía, pero de todos modos volvió a Japón, para mejorar la imagen que se había llevado del país.
Cuando mejoró un poco el tiempo nos fuimos a recorrer un poco mas y cuando se hizo de noche nos volvimos al hostel.
Esa noche fuimos al bar del hotel, “23” y cuando cerró, tipo 2, nos volvimos al hostel donde nos colgamos en Internet (y finalmente me hice Facebook!).

Al día siguiente me desperté (con despertador, buh!) a las 8, un poco cansadita pero le puse todas las pilas y me fui con Alan a andar en bici por Tokyo.
El programa resultó divertidisimo: es todo tan perfecto en esta ciudad que hasta andar en bicicleta por las calles más transitadas del mundo resulta facil! Todas las veredas tiene bajadita perfecta, las lineas peatonales tienen un espacio para bicicletas, cada maniobra, cada mapa, todo previamente calculado y previsto... estas personas son tan perfeccionistas!
El primer lugar al que llegamos, a unos 30 minutos del hostel, fue Akiahbara: la zona mas tecnológica y llena de negocios electrónicos de todo Tokyo. Entramos a una de estos negocios, increíble, nuestros ojos no podian dar credito a lo que estabamos viendo… suerte que me robaron en Bangkok, sino les juro que me hubiera comprado absolutamente TOOODO! Tan buenos precios y los ultimos modelos de cada cosa… algo digno de ser visto (igual Lu: tenías razón respecto a los pendrives.. una genia!).
Después nos fuimos a un lugar super freak, lleno de tiendas donde vendían diferentes animé (comic japoneses típicos de los dibujitos animados, pero con diferentes motivos), de los cuales los japoneses son fanáticos, en todas partes los vez leyendo esos libritos (como se te dijera que vez a todos los argentinos en practicamente todos lados, con las historietas de Liniers o de Quino).
Para entonces, ya se habían hecho las 11 y nos fuimos dirección sudoeste, con destino a Shinjuku, dispuestos a frenar cada vez que viéramos algo interesante. En uno de los templos shintoístas en los que frenamos conocimos a Camilo, un colombiano que vive en Londres que nos acompañó durante el resto del día.
Después de un abundante almuerzo en un tradicional restaurant japonés, seguimos pedaleando hasta que a eso de las 4 de la tarde llegamos a nuestro tan esperado destino.
En esta zona de la ciudad pudimos captar la típica imagen que todos tenemos de Tokyo: cientos, mejor dicho miles de carteles luminosos con caracteres japoneses brillando a lo largo de todas las cuadras… gente caminando apurada, amuchandose en las entradas de los subtes para conseguir su lugar, calles colpasadas de autos, una cantidad desmesurada de bicis estacionadas en cada esquina....
Con Camilo subimos a ver la vista de la Metropolitan Govermental Tower de día, a la hora del atardecer, y más tarde volvimos con Alan, Marion y su novio a la noche al mismo lugar a ver la increíble vista, llena de lucecitas, de esta ggantezca ciudad.
Recién entonces, tipo 9, emprendimos la vuelta. Prácticamente obligue a los chicos a parar en Mc Donald’s, donde nos comimos una hamburguesa y seguimos camino.
La vuelta fue terrible… espero adelgazar después de tremendo ejercicio! Mis piernas quedaron agotadas… nos cruzamos toda la ciudad en bici! Nadie nos creía cuando contamos todo lo que habíamos recorrido, pero valió la pena: Tokyo es lo más.

Y llegó mi último día. Me desperté a eso de las 8 y media (triste, debo admitirlo, me enamoré profundamente de la ciudad) y me fui a Asakusa, a pasear un ratito y devolver la bici del día anterior. A las 11 estaba de vuelta en el hotel y armé mi mochila (me costó tanto!!! no había caso, las cosas no entraban!), me duché y fresquita y radiante dejé el hostel.
Me tomé el subte hasta la estación Aoto e hice combinación con el tren de la Keisei line y después de una hora llegué al aeropuerto. El país es tan perfecto que hasta su aeropuerto rebosa de eficiencia… en 20 minutos ya había hecho el check-in y despachado mi valija!
Entonces me fui a almorzar por ahí (me compré una bandejita de sushi con los yens que me quedaban) y cambié mi último Traveler para tener dólares por si acaso.
Los vuelos fueron largos y cansadores, pero me dormí todo: 12 horas de Tokyo a Washington, 6 horas de espera y 10 horas más de Washington a Buenos Aires.
Llegamos a Ezeiza media hora antes de lo previsto, por lo cual cuando salí de la aduana no había nadie esperandome!!! A los 15 minutos llegó Tomi (feliz, suuuuper feliz reencuentro) y 5 minutos después mamá con TODAS mis hermanas! Fue una sorpresa tan linda! Hasta las surfers se vinieron de Mar del Plata para recibirme… un amorrrr!